Los propios vientos

BRUNO


Corre el año 2000 y corre viento.

Un niño va de la mano de su padre, caminan juntos por la Av. San Martín. Tienen que llevarle unos papeles a la enfermera que trabaja en el consultorio de su tío. El horario laboral ya ha terminado pero en los pueblos chicos como Jacobacci eso se respeta más bien poco. Cruzan el paso a nivel sin prisas hasta llegar a la casita ferroviaria donde vive la mujer.

El niño tiene apenas 5 años y siempre vio a la enfermera embutida en su uniforme de trabajo: un ambo discreto, sobrio. Unisex. Tres golpecitos sobre la puerta maciza de quebracho y esperan. Cuando la mujer abre, el niño no puede evitar que de su boca se escape una exclamación exagerada y se siente raro, como si siempre hubiese habitado en su interior una bandada de pájaros azules esperando el momento justo para expandirse en el gozo y volar.

-Papá ¡qué hermosa!

La enfermera luce una minifalda al cuerpo, tacos altos y está maquillada de forma impecable. Modo diva. El niño, maravillado, se pregunta ¿por qué no se viste así todos los días?

Pasarán unos pocos años para que él descubra, viva y su propio cuerpo sea atravesado por las diferentes formas de violencia, algunas explícitas, altisonantes; otras casi imperceptibles.

"¿Por qué no se viste así todos los días?"

Pasarán poquísimos años hasta que el niño se vea sobrepasado por ese tipo de preguntas. Preguntas para las que será difícil encontrar respuestas.

Pasarán algunos años más hasta que el niño abandone su nombre femenino, el de nacimiento y se refunde a sí mismo: Bruno Francisco.

Pasarán los años. Pero nunca olvidará a la enfermera que al interior de su hogar podía ser como era: brillante y sensual. Será siempre la primera persona trans en la memoria del niño. La primera de carne y hueso, dirá él. Y no la olvidará.

Bruno Francisco Mercado Quintero tenía apenas dos meses cuando su familia, por cuestiones laborales, se mudó desde Cruz del Eje, Córdoba a Ingeniero Jacobacci, provincia de Río Negro. Creció en ese pueblo patagónico, en esa región de intensos atardeceres y horizontes amplios. Ahí mismo se fue delineando su historia, una historia que lo reconocía como niña y más tarde como una joven mujer, su sexo asignado al nacer.


A los 17 años se fue a estudiar como se van muchas personas, directo a las ciudades. En ese camino, de idas y vueltas por distintos espacios citadinos, transicionó y pudo cultivar su verdadera identidad.

Hoy es psicólogo social, vive en Bariloche. Es hijo, hermano, amigo, compañero y travo. Tiene ojos rasgados y profundos, sus pestañas desafían la gravedad. Toca tambores y es dulce para decir, también asertivo.

Bruno no vuelve a Jacobacci a menudo, su familia entera se fue mudando a otras ciudades. Y a él le cuesta mucho, sobre todo, constatar que el pueblo no pudo transicionar con él. En uno de sus regresos, ya con el pelo corto, ensortijado, oscuro; tal como se ve ahora, con su mentón cubierto de barba y el cuerpo en proceso de hormonización, se cruzó con la madre de una amiga de la infancia. La mujer lo saludó con su nombre muerto.

Cada vez que eso sucede, una contradicción lo golpea en el pecho, en su pecho mastectomizado hace ya tres años. Es un choque fuerte.

-En un pueblo te sentís más mirado, creas una historia que está disponible para todes, todes nos conocemos. Cuando transicionas y volves 'es un loco'. Porque la representación social se quiebra y queda disociada. Es dual- dice.

Ya no está enojado con eso.

Bruno reconoce que el pueblo, a pesar de lo difícil que es para las identidades disidentes, le ha dado valores de los que también se siente orgulloso: el sentido de comunidad, la necesidad de acercarse al otre, de juntarse y de generar grupos más primarios.

El año pasado, cuando se enteró que se estaba gestando en Jacobacci la 1ra Marcha del Orgullo de la Región Sur, Bruno llegó a su casa y le pidió a Manu, su pareja, que lo acompañara al pueblo a marchar. Necesitaba resignificar su historia, sanarla.

A fin de año tomaron un colectivo, desandaron la ruta 23 contemplando a través de la ventanilla un maravilloso degradé: vieron perderse el verde del bosque cordillerano y les recibió amarilla la estepa florecida, marrón la meseta adusta y una grupa de jóvenes LGBT de todos los colores.

El 2 de diciembre Bruno marchó con su compañero, también travo, tomados de la mano. Cada uno llevó una bandera. La bandera de franjas rosadas y celestes de la identidad travesti- trans y la multicolor de la diversidad.

-Fue algo que bajó el dolor, el dolor de la infancia no expresada. Me quitó la sensación de que la falta de herramientas en la niñez me robó años de vida.

Así, 24 años después, Bruno recorrió la misma avenida que lo llevó a la casa de aquella memorable enfermera trans, su primera referente. Hoy ella vive lejos, no quiere volver. Le duele el recuerdo de su pueblo y tiene muchas respuestas terribles para la pregunta ¿Por qué hay que irse?


A mediados de 2023, jóvenes de entre 16 y 30 años empezaron a reunirse en Ingeniero Jacobacci, provincia de Río Negro y decidieron trabajar juntes para marcar un hito en la historia de la Región Sur: organizarían la 1era marcha del Orgullo bajo el lema ¿Por qué hay que irse?

Durante los meses previos a la marcha, intentaron construir un mapa para conocer las rutas de la migración interna por razones de género. Si bien los datos de esta investigación están incompletos, quedó en evidencia que, en gran parte de la provincia, justamente en los pequeños pueblos, jamás se habían organizado marchas del orgullo, mientras que en las ciudades ya había cierta trayectoria.

Bariloche por ejemplo ya llega a su 12va marcha, mientras que Fiske Menuco (General Roca) y Viedma-Patagones tuvieron este año su 9na edición. En Cipolletti se marcha por 6ta vez y en San Antonio Oeste en 2023 se llevó a cabo la 3ra.

¿Quiénes marchan en las ciudades? ¿Hay también, en esas avenidas, plazas y calles, gente expulsada de sus pueblos, de los espacios semirurales y rurales de la Región Sur?


EFRATH

Corre el año 2007 y corre viento.

A Efrath Rúa le llega un rayo débil de sol de invierno. Es una figura pequeña en medio del salón enorme de la agroveterinaria que dirigen sus padres. Está sentada en el piso y juega con animalitos de plástico. Tiene 5 años. Aún las personas la tratan con el pronombre él pero ella no se preocupa. Está creando historias y eso es lo que más le gusta en la vida. También y sin darse cuenta, persigue con su cuerpo el rayo de sol hasta que la luz comienza a extinguirse.

Efri crece en la agroveterinaria y mientras lo hace va reconociendo a las personas que llegan, va identificando sus voces, sus formas de hablar, sabe qué necesita llevar al campo Don Arreche antes de que empiecen las heladas fuertes, qué dejará señado Trafiñanco, qué vacunas pedirá Sepúlveda.

Si sus padres no la llevan al local se queda en casa, con su abuela. La mujer se ocupa del trabajo doméstico pero se mantiene alerta. Abre las cortinas de par en par y mira hacia afuera mientras se ceba los mates de media mañana. La niña ya se levantó, desayunó y está jugando con las muñecas que encontró arrumbadas en el placard de su hermana del medio. A veces la niña se encierra en el baño y juega a maquillarse pero lo único que encuentra a mano para hacerlo son fibras escolares.

Cuando la abuela ve por la ventana que va llegando su yerno o su hija, corre a avisarle a la niña. -Efrita, ahí vienen tus papás y la niña se "desmaquilla" rápido con alcohol o esconde las muñecas. Ellas dos sostienen esa complicidad muchos años.

"Les niñes siempre saben donde ser" dirá la joven altísima de pelo y uñas largas en la que se convertirá luego. Y recordará a la madre de su madre, dirá su nombre en voz alta y esa memoria cargada del cariño incondicional que le profesó en vida, habitará toda la sala por un momento.

En la escuela una maestra le dice que hable bien, que ya tiene 10 años, que deje de hacer esa voz de nena. Eso la inhibe, de a poco la lleva a hablar menos, a sentir menos y a vivir en automático. Sus amigas la protegen. Pero la niña no puede visualizar su futuro. Quiere morir. No se encuentra a gusto en ese "armario", no tiene referentes para saber que hay un modo de superar esa contradicción entre su ser y lo que los demás esperan de ella.

"En el pueblo las cosas son un poco más dramáticas y yo siempre fui muy fatalista" dirá en una entrevista, luego de impulsar, junto a su gran amigo Fran Gil Muñoz, la Grupa Wawel Niyeo.


¿Quién diría que una joven travesti a sus 19 años iba a encontrar referentes y motivaciones para vivir, luchar y reivindicar su territorio en un recorte digital de la Revista Caras y Caretas de mayo de 1902?

La nota que Efrath encontró en Internet se titula "El hombre-mujer descubierto en Viedma" y cuenta el caso de una mujer mapuche del tercer género que fue detenida como infractora a la Ley de Enrolamiento. El artículo pone de manifiesto, desde la mirada biologicista, normalizadora y colonial de la época, lo que hoy conocemos como categorías identitarias y reconocemos interseccionales: lo indígena, lo periférico, lo travesti y lo doméstico como rol de género.

-Yo sabía que no podía ser la primera- dice y cuenta que esa nota fue el puntapié inicial de un proceso de indagación interna, de investigación, de recuperación de su historia originaria, de su reconocimiento y su potencia.

En paralelo fueron llegando las ferias de intercambio de plantines y semillas Pu Choyün, los procesos organizativos de las asambleas, las movidas del carnaval y su tesis sobre pu lawen (plantas medicinales).

El encuentro con las plantas nativas la salvó. Las plantas le permitieron sacar del centro a la figura humana, esa que en muchos casos la hería y lastimaba; las plantas le permitieron reconocerse parte indivisible de una naturaleza sabia. Efra respiró. Aún reconociendo la dificultad que supone para cualquier familia la transición de un hije, y más aún en pueblos chicos donde la presión social es un poco más personalizada, Efri se visibilizó travesti.

-Yo sabía que no era la primera pero sobre todo sé que no voy a ser la última y eso es una gran responsabilidad.

Cambió su nombre en el DNI, empezó a vivir otra etapa de su vida, una más libre. Una mejor. Empezó a trans-itar un camino en el que su cuerpo es un territorio de defensa y el territorio que habita está lleno de vida, de pu ngen, de pu newen. Empezó a pensar desde otra perspectiva.


Corre el año 2023 y corre viento.

Efra y su amigo Fran toman unos mates lavados en la Plaza de los Ex-Trabajadores Ferroviarios. Es tarde pero el cielo de enero se niega a dejar ir la luz. Fran le cuenta a su amiga que tiene muchas ganas de juntar plata todo el año para irse a Buenos Aires en noviembre. Quiere participar alguna vez de una Marcha del Orgullo.

Efri lo mira y le devuelve el mate vacío. Estira su labios hacia adelante en un gesto típico de ella y le responde: ¿Por qué hay que irse? ¿Por qué no hacemos una acá?

Los ojos de Fran se encienden y juntes imaginan cómo sería, qué pasaría, cuántas personas irían. En ese momento intercambian algunos entusiasmos y también muchos temores.

No saben aún que la Marcha será una hermosa fiesta, aunque el viento y el frío reclamarán también protagonismo. No se imaginan que alrededor de 40 personas marcharán, cantarán y bailarán durante más de una hora mientras el sol, con superpoder marica, resplandecerá sobre banderas, carteles, sonrisas y papelitos. No conciben -en ese momento- que muchas personas detendrán sus autos para bajar y besarles, para felicitarles y para unirse a la fiesta. Que llegará gente de Maquinchao, de Comallo, de Los Menucos.

No saben que estarán también presentes, en sus cuerpas, la enfermera de minifalda, la mujer mapuche detenida en el 1900. Que serán, en ese momento de emoción, alegría y libertad, la primera visión de lo diverso para muchas infancias de Ingeniero Jacobacci. No dimensionan que se convertirán en las referentes que sus Brunos y sus Efris niñes necesitaron ver alguna vez en el espacio común: personas habitando la alegría de ser lo que se es en sus propios pueblos, en sus propias avenidas, impulsades por sus propios vientos y bajo sus propios cielos.


"Obligades no nos vamos nunca más"